«Todo hombre por naturaleza desea saber…», declara, magnífico, Aristóteles abriendo su Metafísica. ¿Se podría añadir, en un apócrifo ejercicio, que todo hombre desea por naturaleza emocionarse, vibrar, sentir? -me pregunto-. ¿Todo hombre vaga de alguna manera en pos de la belleza?
La belleza es un nexo, una proporción, un equilibrio, una escurridiza geometría interna en los sucesos y en las percepciones. Y existe sólo -creo- cuando se la detecta, cuando se la observa. Cuando la sensibilidad humana la despierta.
¡Y hay belleza tantas veces!: La evidente en un lienzo impresionista, desde luego. Inmediata y rabiosa en un acantilado. En una emoción, en un poema.
Pero siento que hay más belleza cuando está la muerte. Cuando las Parcas juegan su partida cerca. Cuando sucede que va la vida en ello. Cuando se gana o se pierde. Siento que es así, precisamente en un mundo en el que buscamos ir acolchados de seguridades. En el que queremos negarnos la evidencia de que lo único que vale en la vida es el nudo feliz en la garganta. Que tiene siempre un punto de tragedia. Que viene siempre al lado de lo irremediable.
Por eso la belleza no tiene prevenciones. Ni ha de ser políticamente correcta, sino que nace libre, incendia y muere. Y no vale retocarla con cuidado. Las cosas que valen tienen la fuerza del aquí y del ahora. Del cronos que devora y del instante que no vendrá mañana -ni falta que nos hace-.
En la belleza, de esa que yo hablo, sólo caben enormes las verdades. Personajes en llamas, poemas que sangran. La vida, que ha de ser conscientemente trágica, se permite el lujo, el simulacro de parar el tiempo por unos instantes. Y luego vuelve a ser calmada y rutinaria. Por eso la belleza vale. Por su escasa y su leve permanencia.
Y se puede tener hambre de belleza. Y querer fabricarla con urgencia. Con acierto o torpeza. A jóvenes hachazos. Y perseguirla donde sea que pueda hallarse.
La belleza es la búsqueda eterna de la humanidad, la mía, la de algunos…la de pocos. Dónde se encuentra la verdadera belleza? a veces no es palpable, en el silencio, en los detalles, en un paisaje, en el ambiente de una ciudad, en el viento….
Es lo que tú comentas sobre la impermanencia de las cosas, por ello son bellas…
marie
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Y, continúa Aristóteles, la prueba es nuestro amor por los sentidos, especialmente por el de la vista, pues es el que nos revela más cosas.
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A mi juicio son muy sugerentes las palabras de Pequeñamoleskine, además de muy «bellas», pero no me quiero quedar con las ganas de expresar mi opinión sobre uno de los conceptos que pienso más ha soportado el maniqueismo del ser humano. Creo que la belleza es una mera convención del hombre, por cierto cada vez más anticuada. En el fondo, Pequeñamoleskine no nos habla de belleza. Habla de vivir, de vivir con mayúsculas, de sentirse viva, de saborear la vida, y la muerte.
Decimos de algo que es bello porque nos resulta agradable, e incluso perfecto, para alguno de nuestros sentidos; pero cada uno piensa y siente de un modo distinto, e incluso nuestros pensamientos y sentimientos son extraordinariamente variables, por no decir mareantes. En el nombre de la belleza se han cometido en el mundo infinitas injusticias. Me parece que fue precisamente Aristóteles el primero que habló de la belleza como algo cualitativo, y por tanto imposible de demostrar, imposible de asir. ¿ No será porque no existe? Sobre la belleza sólo cabe la opinión, pese al empeño de millones de personas que se han creído poseedores de la verdad, como numerosos escritores, políticos y…filósofos.
Vuelvo a leer las palabras de pequeñamoleskine y me siguen pareciendo «bellas» (me resisto a quitar las comillas) y profundas. Espero no haber sido demasiado trivial o realista en mis comentarios; tan sólo he querido participar en esta estupenda página. Un saludo para todos.
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Leibniz hablaba de la emoción que nos producen los espectáculos de los funámbulos, donde el riesgo de error es evidente y de trágicas proporciones. El filósofo, en un arrebato cómico no exento de cinismo, comparaba una vida sin mal a una vida sin circo.
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